lunes, 19 de abril de 2010

ESPINAS DE LA CORONA DE CRISTO, de Berta Morales y Lucía Ramos

Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de Él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblado la rodilla delante de Él, le hacían burla diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!». Así recoge el evangelio de San Mateo el episodio del prendimiento y humillación de Jesús de Nazaret. Cuenta la tradición que esa corona de espinas que estuvo en contacto con el hijo de Dios, permaneció en los primeros siglos en la Basílica del Monte Sion, en Jerusalén. En 1053, dichas reliquias, fueron transportadas a la capilla imperial de Bizancio. En 1238, Balduino de Courtenay, un emperador latino que entonces gobernaba la ciudad y pasaba por dificultades económicas, decidió enviar una serie de reliquias que le habían sido traídas de tierra santa, entre las que figuraba la corona de espinas, a los bancos de Venecia, depositándolas como garantía de créditos que le fueron concedidos. Luís IX, rey de Francia, al enterarse del hecho, cubrió inmediatamente los créditos del emperador de Bizancio, adquiriendo las reliquias con el objetivo de llevarlas a su país. Ya en su Francia natal, mandó edificar en Paris, para cobijo del santo vestigio (la corona de espinas), la Sainte Chapelle, obra maestra de la arquitectura gótica.
A partir de este momento y de ser cierta esa tradición, esas espinas de la corona comienzan a repartirse para advocación en distintos lugares.
Solamente en España tenemos registradas alrededor de 60 espinas de la corona de Cristo y en nuestra región poseemos tal preciada reliquia en los municipios vallisoletanos de Barcial de la Loma, la Santa Espina y Villagarcía de Campos. También podemos encontrar ejemplares en la capital leonesa y en las localidades sorianas de Ágreda y Burgo de Osma. Les invito pues, a realizar un recorrido apasionante por nuestra región en busca de estas reliquias, donde veremos las leyendas y tradiciones que las envuelven, y las posibilidades que existen de su posible autenticidad.
Quizás la reliquia más afamada sea la Santa Espina que se alberga en el monasterio del mismo nombre. En cuanto a su llegada a estos lares se barajan varias hipótesis. La primera de ellas se atribuye al viaje que Doña Sancha (1095-1159), hermana de AlfonsoVII el Emperador, e hija de la reina Doña Urraca, realizó a tierra santa, lugar este del que dicen que se trajo un fragmento de la cruz de Cristo (lignum crucis) y un dedo de San Pedro. Parece no factible ya que es extraño que no se mencione la reliquia de la espina y además los historiadores aseguran que la peregrinación de una dama de la realeza, es poco verosímil en sí misma y, de haberse realizado, hubiera dejado testimonios más consistentes. Otra tesis hace referencia a otro viaje de Doña Sancha a París. Es en esa ciudad donde, supuestamente, se produce el encuentro con el rey Luís IX, el santo. Enterada esta de que el rey es poseedor de la Santa Corona, pide favor de otorgarle una de las espinas que conformaban dicha corona. Así se recoge, en un libro de 1607, conocido con el nombre del Tumbo (especie de diario de a bordo de la congregación donde se anotan los hechos mas importantes de la comunidad y al cual se le da valor oficial) y que se encuentra a buen recaudo en el propio monasterio de la Santa Espina. Pero al revisar la cronología nos daremos cuenta que eso es imposible, pues cuando la reliquia llega a manos de San Luís (1238), Doña Sancha llevaba muerta ya 79 años.

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